Miércoles 17 de Mayo de 2006, final de la Champions League que enfrenta al Arsenal y al Barcelona. Termina el partido resultando vencedor el Barcelona, 2-1 en el marcador y por segunda vez en su historia se lleva a sus vitrinas lo que probablemente sea el trofeo más codiciado de cualquier club de fútbol profesional europeo. Hasta aquí todo bien, pero claro, seguidores y simpatizantes tienen que celebrarlo como se debe: borrachera, disturbios, detenciones, escaparates rotos, pitidos por las calles a altas horas de la madrugada, es decir, lo que últimamente se ha denominado por aquí simplemente fiesta. Si esos mismos jóvenes de los disturbios ocurridos en Barcelona lo hubieran hecho con motivo de un botellón, tendríamos tropecientos debates en la tele hablando de lo malo que es el alcohol, de que si la juventud no sabe divertirse sin beber y todo lo que se os ocurra. Pero como el origen de la revuelta es el fútbol y aquí es el deporte rey, no pasa nada.
foto de Emin Ozkan
Me queda bastante claro que el fútbol es el deporte rey, y tengo bastante asumido que el día después de cualquier jornada futbolística este es el tema central de cualquier conversación. No me importa ir a un bar y tener que tragarme un partido, ni tampoco me importa que si tengo invitados un domingo por la tarde en mi casa y quieren ver fútbol, ponerlo. Es un negocio que mueve mucho dinero, billonarias inversiones publicitarias, jugadores sobrevalorados, negocios sucios relacionados con fichajes, casualidad o algo más que la mayoría de presidentes de clubes de fútbol sean constructores, el deporte como tal está muy devaluado, pero mueve muchas masas y eso es lo que importa y el origen de mis quejas:

  • En primer lugar, al mover tanta cantidad de gente, ha lugar para que dentro se puedan ocultar grupúsculos que, amparados en el anonimato de la masa, utilizan todo lo que circunda a este deporte para fines que nada tienen que ver con el mismo. Quizá el exponente más conocido sean los grupos de ultraderecha, que cometen desde palizas hasta asesinatos, que aunque ya ha pasado tiempo, aún sigue en mi memoria Aitor Zabaleta, asesinado en las puertas del Bernabeu.
  • En segundo lugar la permisividad que hay para con las celebraciones futboleras: que mi equipo triunfe justifica que pueda vociferar cuando, como y lo que me de la gana, despertar al vecindario con los ruidos de mi claxon, de mis petardos o cohetes, puedo destrozar el material urbano con total impunidad e incluso orinarme en el lugar habitual de celebración del equipo rival. Es decir, que si me pillan orinando en la Cibeles un 3 de agosto a las 4 de la tarde, me cae un paquete impresionante, pero si lo hago en la celebración de algún acontecimiento futbolero, todo vale.
  • Por último, y no por ello menos grave, que por el hecho de que mi equipo pierda o gane, pueda insultar con total impunidad al árbitro o a los jugadores rivales, proferir cualquier tipo de ofensa racista, lanzar cualquier objeto dañino…

En mi opinión, es un deporte al que el éxito de público ha degenerado hasta límites insospechados:

  • Para empezar ha dejado de ser deporte para ser un negocio, muchos clubes de primera división cuentan con partidas presupuestarias que a mí me daría vértigo escribir en un papel, y eso que estamos hablando ya en euros y nos ahorramos alguna que otra cifra.
  • La calidad de los jugadores ya no se mide en el césped, si no en las tiendas de merchandising por el número de camisetas que venden.
  • El gusto por un deporte se ha transformado en fanatismo por un determinado equipo hasta el punto de desear el fracaso de los equipos rivales incluso cuando no hay ningún beneficio para nuestro equipo amado.
  • Ese fanatismo justifica cualquier comportamiento iracundo hasta el punto de que nadie se eche las manos a la cabeza porque aficionados de equipos rivales se enzarcen en peleas de garrotazos por una simple discusión de si tal o cual gol era fuera de juego o no.
  • La cobertura e influencia mediática llega hasta tal punto que son los medios los que deciden los desarrollos de los partidos y no las circunstancias que benefician al propio fútbol, es decir, que si el partido tiene más audiencia a las 10 de la noche, pues se juega a las 10 de la noche, independientemente de todo lo demás.

Yo, particularmente estoy bastante harto de esto, como habréis supuesto no soy aficionado al fútbol, pero hasta ahora era algo que no me había preocupado en exceso: no veo mucho la tele, por tanto el hecho de que ocupe tantas horas de programación me da igual; no sigo demasiado otros deportes, por lo que el hecho de que todos los telediarios llamen deportes a un espacio de 15 minutos de fútbol y 30 segundos del resto de deportes, me da igual; no me considero ningún paladín de los deportes minoritarios, por lo que el hecho de que estos solo sean noticia si hay una gesta asombrosa de heroísmo me da igual; lo que no me da igual es pasar media noche en vela oyendo voces, pitidos, petardos y demás teniendo que levantarme a currar al día siguiente, lo que no me da igual es salir a tomar una caña los domingos y no poder encontrar un hueco en la barra para depositar mi caña mientras me como el pincho porque esta está ocupada de codos sujetando caras de circunstancia, no me gusta participar en una conversación en la que solo se habla de algo que no entiendo, no me gusta que se me considere un bicho raro porque no veo ningún interés en un deporte que me parece aburrido, odio que los resúmenes deportivos del mes de julio se centren en los culebrones de fichajes y no en el Tour de Francia, que ha perdido todo el interés de masas desde que desapareció Indurain de la escena… Así que ya que hasta ahora he respetado a esa mayoría balompédica, exijo que se respete a la minoría no futbolera de la misma forma.

David Ramage

Foto 1: Emin Ozkan
Foto 2: David Ramage