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Me cuenta mi peluquero que un cliente, al llegar el otoño, pasó por la barbería y decidió darse un corte de pelo para llegar hasta la próxima primavera. El propio raspa barbas le informó que se le verían las ideas si le trasquilaba en exceso. El charro, que era un poco tozudo y un mucho “agarrado”, se reafirmó en su decisión y exigió ser “cabeza rapada”, de esta forma se ahorraría varios cortes y su libreta de ahorros quedaría inalterada. Unos días más tarde, el mismísimo fígaro, se encontró cara a cara con su cliente en la Calle la Compañía, una de esos lugares donde las “piedras hablan” y para darle ánimo le dijo aquello de “hombre, no pienses tanto en la crisis, que el tiempo lo arregla todo”. Su cliente se sobresaltó, efectivamente, con el corte de pelo se le iban viendo las ideas y el mundo entero podría enterarse de sus “cosas”. El rapista, con la sensibilidad de quien lleva casi un lustro cuidando con mimo a sus clientes, le contó que el problema no había sido el corte de pelo si no que en esta ciudad “se oía pensar”, no obstante, desde que D. Miguel (de Unamuno) nos dejó, las ideas se congelaban de Septiembre a Junio y en verano, con el calor, se evaporaban. Con esta plática, el cliente, creyéndose heredero del famoso vasco, se sintió feliz sin gastar un duro. Y es que algunas conversaciones sólo pueden ocurrir en Salamanca.

Nota del autor: El peluquero pidió un crédito a su Caja de Ahorros para pasar el invierno y esta se lo concedió.

 


Foto | Leonor Acaso