Tristeza

Suponía que la delegación española en europa habría venido con el rabo entre las piernas después de los esperados y temidos resultados en la OCM del azúcar. Me decían que en Europa le habían partido la cara a la ministra de agricultura, pero en la cara de los agricultores y también en la de los trabajadores de las fábricas azucareras, sobre todo en los agricultores y trabajadores de Castilla y León que serían los más perjudicados. Después de leer el artículo «Adiós a los remolacheros, hola parásitos» escrito con la fina ironía que nos tiene acostumbrado Gabriel en El agricultor en peligro de extinción me fui a tomar unas cañas de domingo mañanero con un agricultor, un joven ATP, que no sabe muy bien que va a ser de su vida dentro de pocos años, por que los ingresos por la remolacha vienen a ser la mitad de sus ingresos actuales. El horizonte, nada lejano, lo ve muy oscuro.

Hoy me ha sorprendido gratamente al leer El Adelanto y econtrarme de nuevo con un texto del amigo Gabriel en forma de Carta al Director y que podeis ver en su blog en el artículo Lo que el cuerpo pide la cabeza debe negarlo del pasado jueves.
Estaba en esos momentos tomándome un café y uno de mis acompañantes al ver mi interés me preguntó que desde cuando me interesaban los temas agrarios. Intenté darle una contestación pero me interrumpió para decir un «¡qué se jodan los agricultores!», y que «ya era hora de que se quedaran sin subvenciones y que trabajaran como todo el mundo».
Primero pensé aclararle que el asunto de la remolacha no era una subvención pero luego y después de dudar durante unos segundos pensé que con el frío de esta mañana no estaría de más calentar un poco el ambiente. Así que le respondí que tal vez tuviera razón, que ya puestos habría que quitar todas las subvenciones y todas las ayudas, incluidas las de los pescadores, las de los mineros, las de los trabajadores de astilleros del estado, las del cine español, las de los artistas de todo arte, etc, etc…., y sobre todo las de los funcionarios. Me miró un poco sorprendido por esto último, supongo que puesto en guardia por su condición de funcionario. A pesar de las risas del resto de «contertulios» improvisados en torno al café mañanero, el amigo funcionario no se atrevió a decir nada. Por que puede que sea un bocazas, pero tonto no es.

Después de las risas todos nos quedamos unos segundos en silencio, seguramente pensando que será de nuestros pueblos cuando desaparezcan los jubilados y los agricultores, y con ellos el resto de sus escasos habitantes.