Agua sin ley, Foto de Oza

Atropella en Venezuela la pobreza porque es ley de vida quitarla de un tajo de la tierra. En el Méjico de subsistencia y abandono, en el de la podredumbre y el lodo, el agua son venas enormes que atraviesan pocilgas humanas. En Bangladesh es un agua con grietas de inmundicias fecales. El agua es un imitador habilidoso de mil caras. No tiene ley. Está ahí, en esas tres cuartas partes de nuestro planeta tierra. De vez en cuando grita con una soberbia enredada en los siglos, otras sueña, cuando coincide con la hora de siesta de Neptuno. Pero gobernamos el agua, aunque el agua también ha nacido –como el toro de Miguel Hernández– “para el luto y el dolor”. Sale por el grifo cuando movemos la palanquita o nos llora en el pelo con la cálida sensación de dócil tramontana. Pero hay que ir a Masueco o a Pereña para ver el agua plena de buídas lunas en tormenta y espuma sin confín. Hay que ir allí para ver y sentir (¡realmente!) los conceptos inalienables de Barrio Sésamo: “esto es pequeño (yo), aquello es grande”.

El agua, y su carácter, es pura filosofía de vida. Pero nosotros, a pesar de San Agustín, seguimos intentando meter el mar en un pocito. Y así andamos, ahínco no nos falta, no.

 


Texto y foto | OZA