Foto de José C. Lobato - Ariasgonzalo

Al salir el sol, la ribera se arropaba gustosamente bajo su manto blanco. Acurrucada, no se hubiera levantado, pero Don Tormes bajaba enfurecido haciendo ruido. En las últimas semanas sólo le llegaban malas noticias. Belisama, diosa de los ríos, le había comunicado que estaba a la cola apagando la sed de los humanos y para colmo, en el octavo centenario de doña Alma Máter, pretendían ponerle un corsé de asfalto pintado de verde en cada orilla. Él que siempre quiso ser un rio natural, limpio y aseado en el que se reflejase la ciudad más bonita del mundo. Pero si esto era muy grave, aún le enfureció más la siguiente noticia: Un poeta salmantino había sido privado de libertad por robarle el dinero a su propio amigo y músico. Mientras uno, sordo de profesión, componía versos, el otro, ciego de nacimiento, le arrancaba sus melodías. Siempre juntos, hasta que la maldita crisis de liquidez aniquiló para siempre la confianza entre los dos artistas. El hijo de las tormentas, que tanto presumía de haber alejado del mundanal ruido a los grandes poetas, era amonestado por sus propios dioses. ¿Limpiamos sus orillas o las asfaltamos?

 


Texto | Chibus
Foto | José C. Lobato [Ariasgonzalo]