enpatufet

Había una vez un país muy viejo, muy viejo, tan viejo que ni Matusalén recordaba cuando había nacido. Por vecinos tenía a otros países tan viejos como él y todos se habían unido para prosperar. Funcionaban perfectamente y sus ciudadanos estaban muy satisfechos.

Pero a uno de ellos le entró una grave enfermedad muy contagiosa, tan contagiosa, que todos se contagiaban. Y lo que en principio era una pequeña epidemia se convirtió en pandemia. Y cada día que pasaba, cada mes que pasaba, los países y sus ciudadanos eran más viejos y más pobres. Sus mandatarios hacían todo lo que podían pero no encontraban la raíz del mal ni su solución.

Y sus dirigentes aplicaban los remedios de siempre, paños fríos para la fiebre, unas tisanas, unas aspirinas, unos antibióticos; pero la gravedad no remitía. También intentaban aplicar medicinas antiguas como sangrar a los enfermos y venga a sangrarlos, y ayuno y abstinencia. Y cuanta más sangría y más ayuno aplicaban, más viejos y más pobres. La desmoralización estaba en su punto álgido. Se echaban la culpa los unos a los otros, los “hotros” a los “hunos”.

Hasta que un día llegó Patufet, un pequeño ciudadano. Tan pequeño y tan insignificante que nadie se había dado cuenta que existía. Por no tener no tenía ni certificado de nacimiento. Como era tan pequeño andaba libremente de aquí para allá, entraba y salía, nadie lo controlaba. Se decía que leía muchos libros porque en su biblioteca preferida habían notado que los libros se leían solos, pero no era cierto, los leía nuestro protagonista aunque no lo vieran.

Un día, cuando paseaba por las viejas calles del viejo país, zas, le tocó a él. En un plis plas, fue devorado por la terrible cosa que todo lo tragaba. Como era tan pequeño no entró a formar parte de la digestión de “aquello” que nadie sabía ni qué ni quien era.

Y así fue como nuestro futuro gran héroe pudo comprobar que “aquello” tenía raíces minerales, tronco herbáceo y su cabeza de animal tenía aires de humano y reptil. Lo que encontró más raro es que no tenía corazón ni sangre, funcionaba de forma diferente. Lo primero que hizo fue ponerle nombre porque a todo lo que se pone nombre empieza a existir. Y lo llamó “Troika” por ser tres cosas en una: mineral, planta y animal. Lo segundo fue pensar que “Troika” era fruto de alguna mutación provocada por la alta radiación del Planeta. Lo tercero fue reconocer que se apropiaba de todo, daba igual bienes materiales que inmateriales, dinero que propiedades.

Y como en la biblioteca antes mencionada, un mismo libro seguía abierto más de tres días y eso era muy raro ya que nuestro pequeño león los devoraba cada jornada, se dieron cuenta que Patufet no estaba. Y como caía bien a todo el mundo, se pusieron a buscarlo por la ciudad. Patufet, dónde estás, gritaban y gritaban, hasta que al pasar por lo que parecía una planta carnívora oyeron su vocecita: Aquí, en la barriga de esta enorme cosa que todo lo traga.

Pero los ciudadanos no sabían cómo sacarlo. Cada uno decía y hacía cosas diferentes. Hasta que nuestro personajillo pidió que actuaran conjuntamente los que eran agricultores con los ganaderos, los industriales con los comerciantes, los que tenían trabajo con los que no lo tenían, los que tenían pensiones con los que no las tenían. Y así fue como cada uno se pusieron manos a la obra. Con una guadaña separaron la raíz del tronco, con una flecha atravesaron su garganta y de la cabeza extrajeron sus tornillos. Y Patufet salió cantando: Pachín, Pachín, Pachín a Patufet no lo piséis, Pachín, Pachín, Pachín, cuidadito con lo que haceis. Y la Troika, dejó de tragar.

 


Texto | Chibus
Imagen | Antoni Muntañola i Carner [Public domain] vía Wikimedia Commons