En tiempos difíciles parece procedente apelar al espíritu de grupo, a lo que nos une, e intentar aportar desde diferentes puntos de vista alternativas de solución o propuestas de mejora. La mayoría de la población acepta, y aceptará aún más, los fuertes recortes en el gasto generado por el país porque no percibe opciones claras que mejoren esa elección. Desde el Gobierno, desde las instituciones europeas y desde los mercados se encargan de recordarlo constantemente. Por el momento el gobierno de turno ha optado por el camino más fácil y en tiempo record ha generado una diarrea de medidas que afectan gravemente a los ciudadanos y comprometen las mejoras sociales a las que nos habíamos acostumbrado.

Desde fuera del Gobierno no se ayuda en absoluto. Los empresarios, satisfechos por la reforma laboral recientemente publicada, esperan que se modifiquen las circunstancias económicas para generar más negocio con una legislación laboral más razonable. Los sindicatos mayoritarios, ahítos de autojustificación, han perdido el norte y han cambiado definitivamente el foco de atención de los intereses de los trabajadores a su propia supervivencia. La oposición del PSOE se preocupa exclusivamente de sus propios problemas internos e intenta subsistir tras su desastrosa gestión del país. Los bancos persiguen conseguir mayores beneficios a cualquier precio y algunas comunidades autónomas pretenden aprovechar el mar de fondo para tomar ventaja en su descabellada apuesta por romper el Estado y alcanzar su anhelada independencia.

El gobierno pospone ad æternum la inevitable reforma en profundidad del modelo de estado que está detrás de tan penosa situación económica y no quiere ni oír hablar de cerrar definitivamente el modelo autonómico, eliminar las instituciones inútiles que arrastramos desde la transición (Senado y Diputaciones provinciales fundamentalmente), rediseñar el mapa de municipios, reducir drásticamente todos los entes no administrativos que parasitan la administración central, las comunidades autónomas y algunos ayuntamientos (fundaciones, empresas públicas, observatorios, etc.) y eliminar todas las duplicidades (o triplicidades) funcionales entre administraciones públicas.

Los ciudadanos buscan desesperadamente soluciones económicas a sus graves problemas, pero permanecen mayoritariamente ajenos a la vida política. El desprecio generalizado ‘al político’, rápidamente extendido a “la política” en general, se usa como coartada para desentenderse de los problemas que nos asfixian (que siempre son responsabilidad «de otros»). En este país la economía sumergida es elefantiásica, el fraude fiscal se acepta como lícito y el maltrato de los bienes públicos es frecuente. Los políticos, como señala siempre que tiene ocasión Carlos Martínez Gorriarán, son fiel reflejo de sus votantes. Yo pienso que entre los representantes de los ciudadanos se agazapan sinvergüenzas y ladrones, pero también los hay entre los fontaneros, los médicos, los oficinistas, los tenderos y los transeúntes con los que nos cruzamos al pasear por las calles de nuestro lugar de residencia. Es inconcebible que de una infraestructura social sana, una ciudadanía responsable y un contexto social transparente y solidario emerja un monstruo deforme con unos mandatarios felones y un comportamiento frecuentemente corrupto. También es cierto que el nivel de responsabilidad es diferente, aunque solamente sea por la obligación de ejemplaridad a la que éticamente se comprometen los representantes de los ciudadanos por el mero hecho de ser elegidos para que los representen.

Asumamos nuestra cuota parte de responsabilidad y comencemos a ejercer seriamente de ciudadanos. Participemos en la vida política más allá de las conversaciones tabernarias. Profundicemos en el conocimiento del Estado; ¡enterémonos, como mínimo, de lo que dice la Constitución! Conozcamos las propuestas de los partidos políticos desde sus programas electorales y exijamos su cumplimiento. Ejerzamos nuestro derecho (y deber) de cambiar las cosas que no funcionan. Rompamos con la tiranía manipuladora de los medios de comunicación (ver “La democracia y la manipulación mediática”). Busquemos nuestra propia información (“La transparencia necesaria”). Exijamos un gobierno abierto. Reclamemos una Ley de acceso a la información pública.

Participemos, en resumen, en la vida pública. Asumamos nuestras responsabilidades. Hacer mejor un país es responsabilidad de todos. Remontemos el estatus de súbdito y accedamos a la categoría de ciudadano.