En el centro de Iberia, en plena sierra franca, a la falda del Monte Sagrado, la Naturaleza, una vez más, nos descubre sus secretos. El Río Esmeralda ha ido abriendo una profunda garganta para dejar al descubierto paredes verticales como gran libro del pasado. En la línea que separa el Cretáceo del Terciario, un globo, envasado al vacío, muestra un nido en el que se aprecian tres seres en posición de sueño eterno. El mayor, de un metro y medio, es macho, la mediana, hembra y el tercero podría ser hijo de ambos. La noticia vuela por el planeta. Los científicos corren en peregrinación. Podría tratarse de terápsidos que convivieron con dinosaurios. Por la forma de su columna vertebral podrían andar erguidos; sus extremidades anteriores tienen plumón -¿pequeños vuelos?- sus muñecas acaban en cinco dedos prensiles para manipular cosas. El resto del cuerpo, peludo. Sus extremidades posteriores, más largas, y terminan en pies de cinco dedos. No tienen cola. En su centro, un ombligo: Vivíparos. En la cabeza destaca el cerebro -coeficiente de encefalización 3,7- y un cuello corto. Nariz en forma de pico de loro; apertura labial. Orejas. Podría tratarse del eslabón perdido entre mamíferos y aves. Esta tarde de verano, al entrar en el ágora y escuchar sus murmullos, se podría constatar la hipótesis que nos emparenta con aves, y en concreto con los loros parlanchines. Silencio.

 


Texto | Chibus
Foto | Darco TT