Estela funeraria de Robleda. Foto de Deskontrol

A poco que se conozca el mundo rural de Castilla y León, se convendrá sin discusión que uno de sus mayores problemas -resultado de múltiples desequilibrios- es el envejecimiento y la despoblación. Son muchos los pueblos que están a punto de colgar el cartel de cerrado por defunción. La ruina que la globalización mundial del comercio de productos agrícolas está provocando en nuestro campo amenaza con la práctica desaparición del campesinado tal y como lo conocíamos hasta ahora.

En este panorama, es admirable la resistencia heroica que muchos de nuestros paisanos están librando contra la corriente de los tiempos, decidiendo conscientemente quedarse a vivir en su medio natural y cultural. Sin estas personas quienes volvemos a la tierra cada fin de semana o en vacaciones a disfrutar de la tranquilidad y los valores naturales lo tendríamos más que difícil pues muchos de los núcleos que aún perviven serían inviables desde el punto de vista de los servicios básicos de mantenimiento.

Quienes recorremos a pié muchos de estos pueblos hemos podido comprobar cómo en los últimos 20 años muchos de ellos han llevado a cabo loables esfuerzos, tanto desde las instituciones locales como asociaciones culturales, para rentabilizar su patrimonio histórico, cultural, etnográfico y arquitectónico, por muy humilde que éste sea. Se han rehabilitado monumentos y habilitado espacios temáticos y de interpretación de los más variados aspectos de cada localidad con el fin de atraer la atención de los visitantes.

Ante este humilde panorama, la aparición en el término municipal de Robleda de una estela funeraria de la Edad del Bronce, de hace casi tres mil años, supone un activo privilegiado para esta localidad de la comarca del Rebollar, anclada en el rincón más alejado de la capital salmantina. Otros con restos mucho más insignificantes han sabido, y le han dejado, sacar provecho de su patrimonio. Las pretensiones de la Junta de Castilla y León de llevarse la dichosa Estela a la capital salmantina -no queremos ni pensar en Valladolid- para engrosar un museo provincial que ya dispone de decenas de piezas de singular valor, sería un gravísimo ejemplo de centralismo cultural que no haría sino agravar aún más el problema de la despoblación que padecen nuestros pueblos y una muestra más de que a la administración autonómica le importa un pimiento la muerte anunciada de nuestro medio rural. Precisamente dicho museo provincial ha ido creciendo a base de decenas de piezas arrancadas de pequeñas localidades que ahora agonizan y mueren ante la indiferencia de las autoridades provinciales, autonómicas y estatales.

Viviendo como vivimos en la era de las nuevas tecnologías, de realidades virtuales y de la mejora de las comunicaciones, no hay razón técnica alguna que impida la permanencia de la Estela del Guerrero en un espacio cultural debidamente habilitado en la localidad de Robleda. Por el contrario, desde el punto de vista pedagógico es mucho más eficaz, por no decir natural, que la citada pieza sea visitada precisamente en su propio contexto geográfico y ambiental. Es decir, en el mismo escenario en el que nuestros antepasados vivieron y representaron el pequeño drama personal de la muerte de un guerrero, de cuya existencia hemos tenido conocimiento gracias a este interesante vestigio de piedra. Interés que viene reforzado por tratarse de la única pieza de su grupo -estelas suroccidentales- localizada al norte del Sistema Central, en la cuenca del Duero, dentro de la Comunidad Autónoma de Castilla y León -o reino de León según con quien hablemos-.

La Junta de Castilla y León ha dado dós de pecho en las cortes regionales comprometiéndose a trabajar desde las instituciones contra la lacra de la despoblación del medio rural. Arrancar la Estela de Robleda de este humilde localidad para engrosar un museo de una capital de 155.000 o de más de 300.000 habitantes sería un grave ejemplo de hipocresía política y que no haría sino favorecer expresamente el dramático proceso de envejecimiento que sufre el Rebollar como la mayor parte de las comarcas rurales de nuestra tierra.

 


Texto | Ángel Sánchez Corral
Foto: | Deskontrol