el circo autonómico

Tenía pendiente desde hace mucho hablar de la España autonómica, ese invento de finales de los 70 que algunos dirían que estamos padeciendo, aunque otros la loen como paradigma de administración territorial descentralizada.

No voy a pararme hoy en lo que significa “descentralización” y en si nuestro estado autonómico está descentralizado o recentralizado. Lo dejo para otra ocasión en la que divagaré sobre lo que deben de entender nuestros políticos regionales y locales por “descentralización” (que para ellos parece que significa recentralizar todo en otro sitio distinto a Madrid).

Puede que haya quien me diga que he empezado mal, que las autonomías no se inventaron en los setenta, y puede que tengan razón. Tal vez en la antigua Roma, tan centralista ella, hubiera “provincias autónomas” gobernadas por cónsules y vicecónsules. De ahí que cuando algunos recurren a argumentos medievalistas para justificar milongas triprovinciales en las que incluyen a Salamanca, otros les hablemos del por que no crear la nueva Comunidad Autónoma de la Lusitania (por poner un ejemplo de un amigo), de innegable contenido histórico, que podría recibir ayudas europeas transfronterizas, y de la que el “bellotari” Ibarra, recuperada su salud y la sumisión a los nuevos inventos territoriales, podría ser su digno presidente.
Lo digo, como puede suponerse, puesto a decir tonterías.

Hay a quien le gusta el café y a quién no le gusta. Y también hay a quién gustándole le sienta mal y no hay por que obligarle, ni obligarse el mismo, a tomar más de dos tazas. Lo del café para todos de aquellos lejanos días, que parecen repetirse, fue un mal invento, como lo son todos los inventos que hechos para unos acaban aplicándose a todo hijo de vecino. Fue una solución facilona a un problema difícil, pero por mucho que se empeñen no somos ni seremos todos iguales. Unos somos altos y otros bajos, unos gordos y otros delgados, unos conservan hermosas cabelleras y otros lucen brillantes calvas. Diferentes, distintos, pero no mejores ni peores.
Hasta en los etiquetados modernos de la ropa hay varias tallas y no todos tienen por que vestirse con una XL. Pero en la España autonómica sí, todos con la misma talla, que no exactamente el mismo traje, por que el de unos parece confeccionado por sastres de alta costura y otros tienen hechuras de taller chino.

En realidad de lo que pretendía hablar hoy, como comienzo de un serie de reflexiones sobre el circo autonómico patrio, era de una “y”, esa “y” de la que hablaba, entre otras cosas, Braulio Llamero en Tribuna y que podéis leer hoy en su blog El Peatón.

Fueron otros tiempos, comienzos ilusionantes de la España autonómica que segmentó regiones y unió provincias con vanas promesas, cuando me creía lo de Castilla-León, que no «Castilla y León». Por entonces veía el mundo, esta parte del mundo, de otra manera. Supongo que era cosa de la edad, dejé de ser un crío, me hice adulto y no me hice ni político ni funcionario. Tal vez elegí mal camino, sobre todo si he de creerme este invento, u otros nuevos que solo favorecen a los mismos, funcionarios y políticos, con perdón (más de unos que de otros).
Ahora no sé que creerme. Me sigo sintiendo igual que siempre, salmantino (sin estridencias), castellano (en el sentido más amplio y «a-territorial») y español (sin extrañas vergüenzas y pudores), a lo que puedes añadir algunos sentimientos más, puede que más de uno «en-contrado».

Lo dicho, leed a Llamero, que escribe mucho mejor lo que yo pienso.

ruido