Imagen de Tomás Hijo

La amplia estancia estaba en completo desorden, los rayos de sol entraban por las rendijas de la ventana situada frente a la Iglesia, un frío terrible la envolvía y un sabor amargo subía hasta su boca. Cuando la puerta se abrió dejó paso un revuelo de gritos y llantos, un subir y bajar de escaleras y a un húmedo pasadizo. A sus gritos ahogados respondían las campanas de la catedral, el murmullo de rezos entre velas y el irrespirable olor a incienso.

Se sentía cansada y sola. Abandonada en la oscuridad intentó recrear las noches sentadas a la luz del hogar cuando de pequeña le sorprendían con fantásticas historias como la de una bella princesa a la que un maleficio obligaba a permanecer dormida hasta ser besada por un príncipe.

Aferrada a esta historia esperaba la llegada de su príncipe sin saber que agazapado en la oscuridad el antiguo hobbit no perdía detalle vigilando el anillo que lucía, un anillo de impresionante filigrana con un primer círculo de rubíes, un segundo círculo más pequeño, de zafiros de azul intenso y coronado todo por una esmeralda. A la primera oportunidad, el hobbit se deslizó sigilosamente y en un rápido movimiento le arrebató el anillo. Nuevamente el sabor amargo, esta vez con más intensidad y una corriente que sube del dedo a la cabeza terminando en un escalofrío y un resplandor.

Qué alivio sentir el aire fresco de la noche…

Se dice que desde entonces y evitando la maldición de Moctezuma la comunidad charra en sus viajes a la tierra media no olvida su anillo.


Este relato fue publicado originalmente el 13 de Mayo 2010

Relato | Kiplin

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