Foto de Raúl Hernández

En la Torresmenudas -Salamanca- de los sesenta, era normal que los niños fueran a comprar un pan de dos kilos cada día. En lugar de dinero, la madre daba al niño un palo cuadrado. El panadero entregaba el pan y hacía una muesca en el palo al que llamaban “tarja”. A final de mes, cuando el padre cobraba su sueldo, la madre iba a la panadería y tantas muescas, tantas pesetas. Quedaba liquidada la deuda. Este medio de pago desapareció por dos malditas enfermedades: La inflación -cada muesca ya no valía lo mismo- y la morosidad -en plena crisis, los panaderos no cobraban todas las muescas-. Nadando en la historia, parece que la tarja era una moneda de vellón que mandó acuñar Felipe II, apareciendo así una relación inequívoca entre muescas y monedas. Y como la curiosidad nunca descansa, leyendo el libro Cometas en el Cielo, también en Kabul compran con un palo al que hacen una muesca. Parece que era el medio de pago en la antigua Mesopotamia. En Cuba, la Tarja es una medida de diez unidades.

En la actualidad, la tarja nos recuerda a las tarjetas de crédito, pero este invento se atribuye a los estadounidenses ya que un rico hacendado fue a cenar a un restaurante de lujo y se encontró el bolsillo sin fondos pero con una tarjeta de su club deportivo. Ofreció la misma como pago. El mesonero la aceptó y al día siguiente fue al club a cobrarla y lo logró. Este sistema se ha extendido por todo el planeta y consiste en un plástico con una banda magnética que recoge cada compra, se trasmite entre entidades financieras, y al final se carga en la cuenta del comprador, resolviendo el problema de la inflación, pero no el de morosidad.

 


Texto | Chibus
Foto | Visa de Raúl Hernández González