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Si los sindicatos admitiesen subidas salariales por debajo de la inflación pero aplicados “linealmente”, el consumo general no descendería y las empresas no incrementarían sus costes, pudiendo rebajar sus precios. Ya hemos aprendido que la inflación al final la pagamos los trabajadores con el desempleo. También se puede establecer por ley que las Administraciones Públicas y Grandes Empresas paguen a sus proveedores a 90 días. Esto mejoraría la financiación de las PYMES, reduciendo su fuerte endeudamiento. De la crisis del 75 aprendimos que las empresas muy endeudadas acaban en cierres y despidos masivos. También tenemos que recuperar la solidaridad que se trasmite a través de los impuestos, simplificándolos y haciéndolos progresivos: Solamente tres impuestos: Por lo que gano, por lo que tengo y por lo que gasto; repartidos un 33,33% entre el Estado Central, Autonómico y local. Rebajar ahora los impuestos sería muy popular pero nefasto para salir de esta crisis. Dentro de este sistema fiscal nos falta la creación de un fondo común donde los territorios más ricos pongan más fondos para aplicar al desarrollo de las más débiles, copiando del sistema federal Alemán. La solidaridad es cristiana, socialista y humanista; lo contrario es egoísmo puro y duro.