Foto de Oza

Junio tenía ya los pelos largos de los días. Dejé el coche en el aparcamiento del aeródromo y pasé por la oficina para cumplimentar el papeleo, la hoja de ruta, información del tiempo etc… Antes de entrar me acerqué al hangar y allí estaba la flamante avioneta, una CASA -520 con motor Estrella. Me coloqué el mono y el casco y subí a la cabina con parsimonia. Cerré la compuerta, puse en marcha el motor y las hélices comenzaron a girar con vigor. Mi cabeza quería tener claros los conceptos pero había puntos de sombras que no lograba difuminar. ¿Y si salía mal el parto?. La inestabilidad del embarazo así lo había indicado. Volaba ya muy alto sobre el mar. El cielo parecía construido sobre la energía febril de la Quinta Sinfonía de Beethoven aunque de vez en cuando aparecían claros como trampantojos coralinos. De repente el motor comenzó a chasquear y se paró. Aterrorizado me agarré con fuerza a los mandos y busqué viento favorable para planear…pero iba perdiendo progresivamente altura. Ante mis ojos el mar: mi tumba. Grité con todas mis fuerzas. Al instante, cuando el altímetro apenas daba señal, el motor se encendió, atraje hacía mi pecho con desesperación la palanca y la avioneta, en un tobogán violento izó el morro hacía arriba. Con el pulso resquebrajado conseguí equilibrarla. El móvil sonó, me quité el correaje nerviosó: ¿sí, quién es?. “Soy yo cariño, ha sido un niño. Te quiero. Ven pronto”.

 


Texto y foto | OZA