Foto de DarcoTT

Allá por las Arribes, el pastor Nicolás se había recogido en su cabaña para pasar la noche más larga del año. Encendió la hoguera, se sentó en el suelo, arrancó un rescaño de pan de la Armuña, cortó un trozo de queso curado de oveja y abrió una botella de vino. Allí, junto al fuego, ajeno a la crisis, se sintió el hombre más feliz del mundo. Fuera, las ovejas, muy juntitas, intentaban pasar la noche al frío raso de la noche estrellada. En una esquina del aprisco, un viejo borrego cimarrón contaba historias de terror a los corderos y así les decía que los hombres habían unido sus religiones para comerse todos los corderos lechales que aún no habían cumplido un mes, no tenían ocho dientes, ni pesaban doce kilos. Al oír esto, los más jóvenes del rebaño, sin pensarlo dos veces, utilizando un hueco de la majada, huyeron despavoridos monte arriba. En lo más alto de la loma, les salió la loba parda, que tenía seis lobeznos en ayunas de siete días. Su nueva huida monte abajo fue cortada en seco por otro gran lobo gris muy hambriento. Como la necesidad aprieta mucho, la suerte de los corderos fue que los lobos se mataron entre ellos y los humanos no los encontraron en el redil, convirtiéndose así, en los primeros corderos salvajes charros.

 


Texto | Chibus
Foto | Darco TT