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Cuentan que en el año 446 A.C., Pericles, en Atenas, mandó construir el Partenón como homenaje a los ciudadanos que lucharon para establecer un nuevo sistema político llamado democracia. A partir de ese momento los hombres adquirían la libertad de gobernarse, independizándose de los dioses. No obstante, Fidias, mejor escultor de la época, esculpía en oro y marfil –criselefantina- la estatua en honor de la Diosa Atenea Parthenos, ubicándola dentro de dicha Obra Universal. En el primer templo de la democracia, ninguna columna tuvo igual altura pero su visión era perfecta. Cada pieza de mármol se labró individualmente pero se consiguió un conjunto que demostraba que desde las diferencias se podía alcanzar la perfección.

Cuentan igualmente, que allá donde el sol se ponía, otra ciudad quiso copiar el arte y pensamiento de la Clásica Grecia pero en esta ocasión cada Poder hizo su propio templo. El Poder religioso construyó la Catedral más bonita del mundo. El Poder intelectual la mejor fachada que se recuerda y el Poder político, la Plaza Mayor del ¡oh!, que preciosa. La Ciudad fue tan bonita en piedra que sus ciudadanos quedaban petrificados. Cada “líder” desde su soberbia atalaya vivía de espaldas a los otros. La Ciudad Dorsal consiguió ser única para cuantos la visitaban pero sus habitantes tuvieron que abandonarla para no convertirse en estatuas, prefirieron seguir siendo vivos y mortales para admirarla desde lejos.