Foto de Oza

De vez en cuando aconsejo mirar al cielo. No cuesta nada, no se paga peaje, sugestiona el espíritu, arranca la imaginación, da que pensar, da que soñar, da que temer. Los cielos se abren, como pechos abisales, para recoger la tierra cuando la luz se da la vuelta. Se cierran cuando se tiñe de luciérnagas. Lo malo es que casi siempre te pilla subido en un coche, por cualquier carretera del mundo. A veces (como la de la fotografía) coges la orilla y paras y cuando el cielo se va quemando a chorros aciertas a coger los últimos estertores de las llamaradas cautivadoras y líricas. Pareciera que levantas la mano y quema. Pero no, seguramente es onírico, como un plenilunio adormecedor y mágico. Y no siempre se puede parar, y no siempre se tiene la cámara al lado. Cuando se pasa de largo, el tiempo tarda en lavar la huella de aquel cielo que, para bien o para mal, te dejó malherida el alma.

 


Texto y foto | OZA