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La historia que hoy contamos está basada en hechos reales, un poco “nivolados”  pero ciertos. Ocurrió hace una semana en un supermercado del Paseo del Rollo en  Salamanca a las quince horas de un viernes del mes de Julio.

El narrador  estaba en la cola de caja  para pagar su compra cuando la amable cajera estaba atendiendo a un cliente anterior. Cada envase era pasado por el láser para leer  todos los códigos de barras de los productos. Al final, la empleada le comunicó el coste total de su compra como era normal. El señor sacó su tarjeta, la metió en el tpv, puso su clave y el móvil sonó. El  banco le comunicó un certero cargo en su cuenta. Todo perfecto hasta que el simpático cliente le dijo: Señora, con esos  “aparatos” podría saber cuánto cuesto yo. Ella, entre sorprendida y amable le contestó que si tenía su código de barras  podría saberse el valor exacto de cada persona.

Cuando llegó el turno a nuestro protagonista y  viendo que no había más clientes a los que pudiera molestar, quiso seguir con la conversación anterior. ¿Señora, podría sacar mi código de barras?. La cajera, que perfectamente podría ser una becaria de Biológicas sin su trabajo,  le informó que si le entregaba un pelo del cabello podría obtener el ADN y  facilitarle  su código de barras personal (CBP), leerlo en la caja registradora y la máquina le calcularía  el  valor económico personal (VEP).

Pues como la curiosidad es la que permite a la ciencia avanzar, ni corto ni perezoso  arrancó de su cabeza un cabello, se lo entregó  y ella sacó una pequeña máquina del submostrador;  obtuvo el ADN y una etiqueta adhesiva  con el código  de barras: 8-480000AGCTXXYY-73. Como si fuera un melón se la pegó en el brazo y lo pasó posteriormente por el láser. En el lector de la caja registradora apareció la cifra de 2.666.666,67 euros. ¿Sólo eso?, la señora se encogió de  hombros y respondió: Señor, yo no soy la responsable de fijar los precios,  me limito a pasar por el láser todos los códigos de barras y cobrar el total de la compra, esto facilita mucha la tarea.

Al ver la cifra,  un “yu-yu” le recorrió la espina dorsal y el alma se le encogió, atrás quedaban las frases de su madre cuando le decía que no vendería a su hijo por nada en el mundo, atrás quedaba aquello de “tanto tienes, tanto vales”, atrás quedaba la cartilla militar con lo de “valor se le supone”. Ahora ya eran cifras exactas. ¿Volveríamos a los tiempos en que los esclavos eran vendidos en los mercados?

Dice que al salir del supermercado pudo entender a la  Troika Comunitaria  cuando decidió entregar al gobierno griego cuatro mil millones de euros a cambio de mandar al paro a  1.500 maestros y profesores. Sus VEP eran similares   aunque el código de barras sea diferente. El problema es que ese dinero no se utilizará para dar más educación a los niños si no para pagar los créditos con intereses de usura  que debe  Grecia  por la compra de armas a aquellos países que ahora mandan en Europa.

El monstruo sigue creciendo a ritmos exponenciales. El nuevo modelo personal y económico impuesto por “troikas” exige que todo sea valorado a “precios de mercado actual”. A los que hemos vivido más de medio siglo nos quedaron fijadas en nuestras retinas las imágenes del negro  Kunta Kinte en venta  por sus ¨”amos blancos”.