sombra errante

Habíamos salido de Torresmunitis, camino de Casablanca, para adentrarnos en el monte, donde, víctima de la insolidaridad y del régimen, fue capturado el Lute. De repente, el sol nos deja en penumbra sin que hubiera nube alguna. Una avalancha de liebres y conejos, que por allí se crían con facilidad, nos adelantan en carrera despavorida. En la misma dirección un grupo de zorros y posteriormente una manada de lobos. Muchos pájaros levantan el vuelo de encinas y alcornoques. Todos parecen huir como si de un fuego se tratara. Extrañados, miramos a nuestras espaldas, pero no vimos nada; no obstante un escalofrío nos recorrió el espinazo. Los seis trotamontes, sin mediar palabra alguna, decidimos continuar para llegar al Valle de la Osa, nuestro destino. Dejábamos la Ribera del Cañedo, cuando el sol volvía a brillar de nuevo, arrancando nuestras sombras sobre la pradera. Éramos seis, pero, ¡sorpresa!, había siete sombras. Una vez que salimos del asombro, la que no era nuestra, empezó a hablarnos: Yo, nacido en Torralba de Cuenca, último descendiente del Conde de Barcelona, de madre castellana y padre aragonés, educado en la Corte de Fernando de Aragón, Gran Maestro de la Orden de Calatrava, escritor, traductor de latín, griego y árabe; astrónomo y matemático, he sido injustamente tratado en la historia de nigromante y de haber vendido mi alma al diablo. Mis libros más importantes, como el Arte Cisoria y los doce trabajos de Hércules, fueron enviados a la hoguera por el mismísimo Juan II de Castilla, bajo la influencia del prelado Lope de Barrientos. Todo ello por criticar acaloradamente al cura de Torresmunitis, culpable de mis desdichas, quien definía erróneas posiciones de astronomía. Acabé uno de nuestros enfrentamientos dialécticos gritando, delante de otros muchos miembros de la Iglesia, que de cielo podrían saber mucho, pero de tierra, poco. No admitiendo más saberes que los oficiales, fui perseguido y tuve que huir para no ser quemado por hereje. Mi sombra, que siempre está en babia, quedó atrapada por estos lares. Algunos dicen que encerrada en la cripta de la Iglesia de S. Cebrián, pero eso no es cierto. A vosotros pongo por testigo, ya que si sabéis contar, seis vivos no dan para siete sombras. Nosotros, desde entonces, sabiendo que vuelven a correr malos vientos para la imaginación, hemos preferido callar y dejar zanjado el asunto en este breve escrito, para que, como mucho, lo quemen una noche, en la hoguera de San Juan.