Foto de José Pérez Mateos

Aquellos quelonios, salvados cuando iban a cruzar la carretera, fueron cuidados en un jardín y posteriormente devueltos a su espacio natural. Allí, felices, habían crecido entre los suyos procreando una recua que con el paso del tiempo se había hecho autosuficiente. Preocupados por las noticias que les llegaban, decidieron volver a la ciudad. Al llegar, encontraron la tristeza. Al parecer, la fuerza de coriolis había absorbido todos los cromos que llamaban dinero junto con la imaginación de sus habitantes, que se preguntaba cómo era posible vivir así. Uno de los quelonios que había aprendido el lenguaje humano, les dijo que en su especie lo normal era ayudarse unos a otros y así sobrevivían todos juntos. También que habían aprendido a vivir despacio, a su ritmo. Y por último, adaptaban su vida a la Madre Naturaleza, por eso nunca entendieron aquellos humanos que hubieran asfaltado sus mismísimos ríos para hacerles un acuario. Los que estas palabras escuchaban se pusieron manos a la obra, empezaron por practicar la solidaridad con los que tenían más cerca, después, adaptaron su vida a un ritmo más lento y por último volvieron a disfrutar de la Naturaleza. Así, los humanos recobraron la alegría y la felicidad, disfrutando de las pequeñas cosas que les rodeaban. Y los quelonios regresaron junto a los suyos esperando volver a Kiplin sanada junto al río.

 


Texto | Chibus
Foto | José Pérez Mateos