A finales del siglo pasado Paul Tabori, un escritor, guionista y periodista húngaro, publicó una «Historia de la estupidez humana», cuya traducción al español se puede descargar fácilmente desde internet, ahondando en un tema que ha sido objeto de atención para muchos otros escritores («Elogio de la estupidez» E. de Rotterdam, «Sobre la estupidez» R. Musil, «Memoria de la estupidez» M.T. Lezcano, «Enciclopedia de la estupidez» M. van Boxsel, «El poder de la estupidez» G. Livraghi, etc.). Ciertamente el tema da para mucho.

El autor recorre nuestra historia y encuentra excelentes ejemplos de estulticia en relación con la avaricia, la aristocracia, la ciencia, la adolescencia, la burocracia, la justicia, la religión, el fanatismo, el sexo y, cómo no, la política.

Me he acordado de este ensayo al ver la desafortunada entrevista que Francisco Camps, ex presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia, concedió a Telva tras ser absuelto por un jurado popular de unos cargos relacionados con la aceptación de sobornos en un contexto de presunta corrupción generalizada en el Partido Popular de la región. La imputación judicial se saldó con una victoria pírrica del president que solamente consiguió convencer al jurado, porque la opinión pública, los medios de comunicación y hasta su propio partido ya lo habían condenado con anterioridad.

En la entrevista Camps explica que «tomando decisiones valientes -su dimisión- se consiguen grandes objetivos», «consiguió hacer que la Comunidad Valenciana se sintiera por primera vez en muchos años fuerte, próspera, digna, moderna y leal a España», «la austeridad ha sido mi bandera siempre», «se ha sentido en todo momento arropado por su partido» y «me siento más preparado que nunca para ser presidente de la Generalitat Valenciana o del Gobierno». Si algún amigo leal le ayudara un poco, y agitando su cabeza a gran velocidad, gritando desaforadamente en su oreja o golpeando suavemente con la palma abierta de manera repetida en los alrededores de su corteza prefrontal lograra reorganizar su delirante cerebro, saldría del mundo de Alicia y encontraría que todo fue un sueño. En la realidad, su carrera política puede haber terminado (aunque en este país nunca se sabe), su partido envió a Federico Trillo a Valencia con la misión de obligarle a dimitir, su comunidad autónoma está arruinada, el caso Gürtel nos va a acompañar durante muchos años y el PP asiste abochornado al lamentable espectáculo en un momento particularmente delicado (su fracasado intento de expulsar del país al PSOE como partido de Gobierno).

La estupidez no es una tara congénita ni una enfermedad incurable. No se debe confundir el estúpido en el deficiente intelectual o el tarado. Forrest Gump era un idiota técnico, o un retrasado mental, pero nadie diría que era un estúpido. Las personas pueden ser muy inteligentes y tener comportamientos estúpidos (de hecho, es frecuente). El estúpido, para serlo con plenitud, necesita un cerebro sano, una mente capaz de generar estupidez. La estupidez se elige. En «Esencia de mujer», la excelente versión de Martin Brest sobre la mítica película dirigida en 1974 por Dino Risi «Perfume de mujer», uno de los personajes protagonistas, ciego, deprimido y suicida, afirma en uno de los momentos más intensos de la ficción: «En mi vida he llegado a muchas encrucijadas. Siempre he sabido cual era el camino correcto, créame. Nunca lo elegí».

La estupidez es el fruto de un duro esfuerzo personal. El autor del libro al que me refiero razona que una cierta dosis de estupidez es deseable, porque en caso contrario sería más difícil encontrar sucesos, situaciones o personajes de los que reírse y los escritores satíricos tendrían muy difícil sacar adelante su trabajo. Lamentablemente la estupidez se suele servir en dosis grandes y, en ocasiones, se relaciona más con la tragedia que con la comedia. La estupidez acepta cualquier compañero de viaje; grandes conocimientos, brillantes intelectos o elevadas posiciones en la escala social. La estupidez es taimada y engañosa, se aferra a las piernas del estulto insidiosamente y busca pasar desapercibida.

Como dice Tabori, “La estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso”. La estupidez es un fiel compañero de la raza humana y, ¡ojo!, no hace excepciones.