Alfred T. Palmer | The Commons

Adam Smith, padre de la economía como nueva ciencia, decía que una mano invisible es la que actúa sobre el mercado para asignar de forma eficiente unos recursos siempre escasos. Cada persona o entidad que actúa en el mercado lo hace movido por su propio egoísmo, es decir, nadie da duros a cuatro pesetas.

John Maynard Keynes, quizás el economista más influyente del siglo XX  llegó a la conclusión que sería necesaria la intervención de las instituciones públicas en los mercados cuando estos no funcionaban correctamente y entran en crisis.

En la actualidad, hay división de opiniones: unos creen que lo mejor es dejar que sean las fuerzas que actúan en los mercados las que resuelvan las crisis que ellos mismos provocan -liberales- y otros estiman que deben ser ayudados por las instituciones públicas -intervencionistas- para hacer las correcciones oportunas con dinero público.

La realidad nos demuestra que los beneficios se reparten de forma privada y las pérdidas, cuando son elevadas, se reparten entre ciudadanos pagadores de impuestos

Todas las teorías tienen su parte de razón y sus propios fallos y por eso se producen crisis. Por ejemplo, en el siglo XX, las crisis económicas y financieras provocaron dos guerras mundiales por falta de soluciones certeras de líderes políticos y económicos.

En la actualidad oímos con alegría a dirigentes patronales afirmar que es bueno bajar impuestos y cargas sociales a las empresas, además de dotar de mayor “flexibilidad” al mercado laboral  para generar empleo, su fin último. No obstante, en los últimos 25 años los dirigentes políticos -derecha e izquierda- así lo han hecho y hoy, en España y otros países del sur de Europa,  el paro es superior el que forzó a Alemania a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Es decir, esas medidas no siempre son la solución.

Los economistas normalmente hacen recetas de “manual”, pero pocos, muy pocos, proponen nuevas medidas para paliar esta gran crisis nacida en 2008 y que ha llegado a 2013  igualando el “tempus” de la “gran depresión mundial” de 1929-1933.

Lo que es evidente es que si hacemos dos “T” y en la primera, bajo su parte izquierda, colocamos toda la inversión (la suma de los individuos, familias, empresas y organismo públicos), esta se iguala a la parte derecha que es toda la financiación. En esta parte, si dicha financiación viene masivamente de créditos externos, se produce un fuerte desequilibrio que nos deja en mano de los acreedores, y ya se sabe, no seremos ni ciudadanos libres ni nación libre. Alguien nos “pedirá cuentas”.

En la segunda “T” colocamos a la derecha los ingresos normales para que como mínimo se  igualen a los gastos colocados a la izquierda. Si los gastos son superiores a los ingresos, ya se sabe, llega la “miseria” (Charles Dickens).

En resumen, equilibrar balances y cuentas de pérdidas y ganancias parecen cosas de niños  pero en medio hay millones de personas, cada una con sus intereses egoístas. La falta de solidaridad global es la que nos hace llegar a la guerra: 2014-1914=100

 


Texto | Chibus
Foto | Alfred T. Palmer | The Commons