el loft de Juana la Loca, Foto de Oza

Era una tía rara desde joven, encerrada en sí misma, pasaba de los relamidos efluvios de la corte. Y además no congeniaba nada con su padre, Fernando el Católico. Que dicen aquello de “tanto monta, monta tanto…” . De eso nada, ahí quien llevaba los pantalones era la Isabel. Una mujer de reaños, según las encuestas. Por aquel tiempo Colón andaba engaritando con sus fantasías de las Indias a la pareja reinante. A Isabel le cayó bien el tipo genovés. “Este fulano tiene un punto filipino que me hace gracia”, dicen que dijo. Y total, lo que son las mujeres: lo que ellas digan. Las tres carabelas y palante. No pasó mucho tiempo cuando Colón y sus mesnadas volvieron de aquellos andurriales allende los mares con oro y aborígenes de prueba. Igual ocurrió a Francisco Pizarro, un tipo duro, aguerrido y sin escrúpulos que conquistó Perú a base de escabechinas.. Bueno pues una mujerita peruana pusieron de servicio a Juana la Loca, era inca pero la reina loca le enseñó el castellano, primero palabrotas (siempre es igual), luego chistes. Los escritos que nos han llegado de su confesor aseguran que la interna de Tordesillas tenía mucha guasa y que con su sirvienta peruana hacían bromas a los carceleros. Y ellos, claro, a tragar.

Carlos V, su padre, “El Emperador de la cristiandad” vivía en otro mundo: entre Flandes y España, siempre pillado de tiempo, sin móvil ni nada y encima en Castilla los Comuneros tocando las pelotas. Pero Juana, en su locura, era feliz. Y con una guasa divina de la muerte.

(La foto es del loft de Juana la Loca)

 


Texto y foto | OZA