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Yo entiendo la política como una vocación, no como una profesión. En las sociedades occidentales que conozco, la profesión política interesa a muchas personas de muy diversa catadura, por lo que la confección de las listas electorales de los partidos grandes se convierte sistemáticamente en un espectáculo «almodovariano».

En la calle es común escuchar que los sueldos públicos no pueden competir con los privados, lo que explicaría la fuga de los grandes cerebros hacia las empresas de titularidad privada. Tampoco es difícil oír que las empresas privadas deben generar beneficios, mientras las empresas públicas están abocadas a sufrir grandes pérdidas. La corrupción, como invitada permanente al espectáculo de lo público se despacha con chirigota y sentido del humor. Todo el mundo desprecia la política, pero nadie renuncia a dar su opinión. Las conversaciones de la gente de la calle encuentran inagotables recursos temáticos entre los cotilleos personales y la última hora deportiva, con pinceladas sobre la actividad pública y las fechorías de los políticos. “Yo de política no quiero saber nada” es una declaración, generalmente firme, que todos hemos oído en alguna ocasión.

Algunos partidos alternativos al monstruo bicéfalo que nos gobierna, con el beneplácito del electorado, apuestan por romper la dinámica establecida de manera radical (particularmente UPyD) con propuestas ciertamente chocantes: debemos empezar por reformar la constitución, el sistema electoral, las instituciones, el modelo territorial y el modelo de estado. El receptor de ese mensaje huye despavorido amparándose en el tradicional “Yo de política no quiero saber nada”, o, tras meditar un rato, reflexiona con lucidez: “pero, realmente ese partido estaría en condiciones de gobernar”. Inmediatamente después suele concluir que no y votar por uno de los partidos tradicionales mientras «la cosa no madure». Evidentemente ello es imposible sin el apoyo del electorado que pide cambios pero no se atreve a darlos, por lo que el círculo comienza una nueva vuelta (hacia la derecha o hacia la izquierda, ya ni me acuerdo).

Yo pienso que la respuesta a la pregunta del buen ciudadano es SI,

QUE los cambios solo se producirán si surgen desde dentro del sistema (a pesar de movimientos tan bien intencionados como caóticos en las calles),

QUE la política debe perder su interés económico para los representantes del pueblo,

QUE las personas que deseen crecer económicamente mucho deben emprender proyectos privados, arriegar su dinero, generar empleo y beneficiarse de sus iniciativas beneficiando a la sociedad que las hace posibles,

QUE los protagonistas de lo público deben ser los profesionales, los funcionarios, las personas con formación específica que más entiendan de cada tema.

Los políticos son imprescindibles, porque es necesario que alguien marque el camino a seguir, pero el camino lo deben andar los técnicos, los gestores, con el control y el apoyo de las personas elegidas por los ciudadanos. No es necesario tener 10.000 políticos preparados para copar el poder y dedicarse a todo mientras 10.000 funcionarios no encuentran un sentido claro a su trabajo. Lo que necesitamos es 10.000 personas con capacidad de trabajo y cualidades para la gestión y 100 políticos sin afán de lucro que tengan verdadero interés por los asuntos públicos y auténtica vocación de servicio.

No hacen falta muchos políticos, lo que hace falta es que a la política se dediquen los mejores.