Foto de DarcoTT

Érase una Ciudad a su Universidad pegada  por invisibles costuras  de piedras doradas. Ambas vivían completamente de  espaldas. Los médicos habían decidido no intervenir quirúrgicamente por  “alto riesgo mortal”.

Los ciudadanos de este orbe, al igual que sus instituciones, en lugar de darse abrazos, se daban espaldarazos. Los forasteros decían que era muy bonita pero un poco «extravagante».

Tenía tres Universidades, las tres  vivían de espaldas para no verse la cara. Si había celebraciones escolásticas, en lugar de hacerlo conjuntamente, preferían todo lo contrario. Hablaban simplemente  de caminos “divergentes”.

Si esto ocurría en las Universidades, alma mater del saber y el conocimiento, que no ocurriría en el resto de instituciones políticas y sociales.

Si los empresarios escaseaban, rápidamente formaban  grupos antagónicos,  no para competir en el mercado si no para despellejarse física y moralmente. En la parte laboral  había más representantes que representados y cuando se reunían hablaban contra la pared, costumbre arraigada desde  el colegio.

Como era  un caso único en el mundo, un grupo multidisciplinar de  expertos lo estudiaron  y dictaminaron que las uniones por la “espalda” resultaban más  débiles que las de “frente” y  por esos sus jóvenes salían despedidos hacia otras ciudades  como si fuesen electrones sobrantes.

La “madurez del personal” superaba  con creces todos los índices internacionales y de sus habitantes se decía que se “avellanaban” y  por eso no desaparecía nunca del todo.

Sus “excelentes” políticas para favorecer la “maternidad” no lograban contrarrestar las contrarias y por ello cada año fallecían más que nacían y se “perdía” población neta. Algunos decían: «cuantos menos seamos, a más tocamos»,  pero como hablaban hacia otro lado, nunca se supo realmente quien era su promotor.

Con el tiempo, los más “sesudos e inteligentes” observaron que si seguían con este “déficit de población” que se incrementaba “exponencialmente”, en cincuenta años  no quedaría ningún ciudadano y decidieron constituir mesas de observación, reunirse de espaldas, publicar sus conclusiones y fichar un “Raimundo de Borgoña”. Pero la “cosa” empeoraba día tras día, mes tras mes.

Cuando habían pasado 49 años, los últimos mohicanos decidieron celebrar el último aquelarre y sin darse cuenta empezaron a hablarse “de frente”, a mirarse  a los ojos y en un abrazo fraternal pudieron comprobar que ya nadie salía “despedido”. Y se abrazaron más y colaboraron y se ayudaron y la ciudad dorada recuperó su jovial alegría.

Fue una pena que sus  actuales habitantes no pudieran  celebrar gozosos  el milagro de las “Siamesas despegadas cariñosamente”. Pongamos que no hablo de Madrid.

 


Texto | Chibus
Foto | Miguel Darco