Manuel Sagredo

Nos cuenta el Charro Gachupín vinculado a la Chicago Business School que días antes de las elecciones vio algo extraño en el estanque de la Alamedilla. Allí donde tantas horas había pasado mirando los patos vio a una amapola sola, muy verde y muy roja, pero sola, muy sola. Triste y sola: ¿Mal presagio?

Le pareció extraño porque siempre las había visto crecer alegres y salvajemente por las extensas llanuras de la muy Vieja Castilla Vieja. ¿Estaba triste y por eso buscaba el suicidio en un infantil estanque del viejo parque?
Y entonces el Charro buscó “amapola” en la red y se topó con su bachillerato: es una planta fanerógama de tallo verde y pétalos rojos. Leyendo comprendió que aquel líquido blanco que manchaba sus manos y las hacía pegajosas era un látex que contenía glucósidos y alcaloides y que tenía aplicaciones terapéuticas por ser un gran sedante y curar males culinarios. No obstante se asustó cuando de dicho jugo lechoso también se podía hacer opio, morfina, heroína y codeína, sustancias cuyo abuso creaba adición.

Pero ya no pudo más cuando supo que también era usada por las Hadas Maléficas en sus malas artes y se dijo, esto lo tengo que escribir alto y fuerte como si gritara contra las paredes. Su uso en hechizos para la fertilidad, el amor, el dinero y la suerte le trajo a la memoria que es la pócima que podrían haber dado a la Bella Durmiente del valle del Dios Thor.

Y es que este Charro que había entrado a regañadientes en la “tercera edad” se hacía de cruces cuando observaba pasar los días y las noches, los años y los siglos y la Dama no despertaba de su letargo. Investigó y pudo comprobar que esta Bella salió de su Ciudad por las murallas del Norte -cosa que tenía prohibida por sus progenitores- y fue a parar a la Armuña donde en lugar de trigo crecían infinitos campos rojos de amapolas… y quiso cogerlas todas.

Todas no pudo pero se llevó un gran manojo para hacerse una suave almohada. Al cerrar los ojos soñaba que estaba flotando en olas rojas de infinitos campos cuando recordó que no había tomado su acostumbrado vaso de leche. Sin pensarlo dos veces y viendo que la planta le ofrecía la suya, tomó casi un cuarto de litro y desde entonces sigue durmiendo un profundo sueño.

Ni el joven amante de la amapola, un apuesto gordolobo de fino talle verde- claro y cresta amarilla, ha sido capaz de despertar a la Bella con un cálido beso tal y como estaba escrito, haciendo añicos la profecía.
Una semana después de las elecciones, en un rincón de la prensa local-digital, apareció una breve noticia que pasó desapercibida: Encontrados sin vida y abrazados una amapola y un gordolobo en el Estanque de la Alamedilla: R.I.P. –en la esquela no figuraban ni familiares ni amigos. ¿Otro augurio?

 


Texto | Chibus
Foto | Ḥappapáwr[a] de Manuel Sagredo bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0